sábado, 22 de agosto de 2009

Naturaleza material

Federico Engels
Dialéctica de la Naturaleza (1875)

La materia se mueve en un ciclo perenne, ciclo que probablemente describe su órbita en períodos de tiempo para los que nuestro año terrestre ya no ofrece una pauta de medida suficiente; en el que el tiempo del más alto desarrollo, el tiempo de la vida orgánica y, más aún, el de la vida consciente de sí misma y de la naturaleza, resulta medido tan brevemente como el espacio en el que se hacen valer la vida y la autoconciencia; en el que toda modalidad finita de existencia de la materia, ya sea sol o nebulosa, animal concreto o especie animal, combinación o disociación química, es igualmente perecedera y en el que nada hay eterno fuera de la materia en eterno movimiento y de las leyes con arreglo a las cuales se mueve y cambia.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Urbano

La ciudad, en sí misma, hay que confesarlo, es fea. su aspecto es tranquilo y se necesita cierto tiempo para percibir lo que la hace diferente de las otras ciudades comerciales de cualquier latitud. ¿Cómo sugerir, por ejemplo, una ciudad sin palomas, sin árboles y sin jardines, donde no puede haber aleteos ni susurros de hojas, un lugar neutro, en una palabra? El cambio de las estaciones sólo se puede notar en el cielo. La primavera se anuncia únicamente por la calidad del aire o por los cestos de flores que traen a vender los muchachos de los alrededores; una primavera que venden en los mercados. Durante el verano el sol abrasa las casas resecas y cubre los muros con una ceniza gris; se llega a no poder vivir más que a la sombra de las persianas cerradas. En otoño, en cambio, un diluvio de barro. Los días buenos sólo llegan en el invierno. 

El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. En nuestra ciudad, por efecto del clima, todo ello se hace igual, con el mismo aire frenético y ausente. Es decir, que se aburre uno y se dedica a adquirir hábitos. Nuestros conciudadanos trabajan mucho, pero siempre para enriquecerse. Se interesan sobre todo por el comercio, y se ocupan principalmente, según propia expresión, de hacer negocios. Naturalmente, también les gustan las expansiones simples: las mujeres, el cine y los baños de mar. Pero, muy sensatamente, reservan los placeres para el sábado después de mediodía y el domingo, procurando los otros días de la semana hacer mucho dinero. Por las tardes, cuando dejan sus despachos, se reúnen a una hora fija en los cafés, se pasean por un determinado bulevar o se asoman al balcón. Los deseos de la gente joven son violentos y breves, mientras que los vicios de los mayores no exceden de las francachelas, los banquetes de camaradería y los círculos donde se juega fuerte al azar de las cartas. 

Se dirá, sin duda, que nada de esto es particular de nuestra ciudad y que, en suma, todos nuestros contemporáneos son así. Sin duda, nada es más natural hoy día que ver a las gentes trabajar de la mañana a la noche y en seguida elegir, entre el café, el juego y la charla, el modo de perder el tiempo que les queda por vivir. Pero hay ciudades y países donde las gentes tienen, de cuando en cuando, la sospecha de que existe otra cosa. En general, esto no hace cambiar sus vidas, pero al menos han tenido la sospecha y eso es su ganancia. Oran, por el contrario, es en apariencia una ciudad sin ninguna sospecha, es decir, una ciudad enteramente moderna. Por lo tanto, no es necesario especificar la manera de amar que se estila. los hombres y mujeres o bien se devoran rápidamente en eso que se llama el acto del amor, o bien se crean el compromiso de una larga costumbre a dúo. Entre estos dos extremos no hay término medio. Eso tampoco es original. En Oran, como en otras partes, por falta de tiempo y de reflexión, se ve uno obligado a amar sin darse cuenta. 

Lo más original en nuestra ciudad es la dificultad que puede uno encontrar para morir. Dificultad, por otra parte, no es la palabra justa, sería mejor decir, incomodidad. Nunca es agradable estar enfermo, pero hay ciudades y países que nos sostienen en la enfermedad, países en los que, en cierto modo, puede uno confiarse. Un enfermo necesita alrededor blandura, necesita apoyarse en algo; eso es natural. Pero en Oran los extremos del clima, la importancia de los negocios, la insignificancia de lo circundante, la brevedad del crepúsculo y la calidad de los placeres, todo exige buena salud. Un enfermo necesita soledad. Imagínese entonces  al que está en trance de morir como cogido en una trampa, rodeado por cientos de paredes crepitantes de calor, en el mismo momento en que toda una población, al teléfono o en los cafés, habla de letras de cambio, de conocimientos, de descuentos. Se comprenderá fácilmente lo que puede haber de incómodo en la muerte, hasta en la muerte moderna, cuando sobreviene así en un lugar seco.

Estas pocas indicaciones dan probablemente una idea suficiente de nuestra ciudad. Por lo demás, no hay por qué exagerar. Lo que es preciso subrayar es el aspecto frívolo de la población y de la vida. Pero se pasan los días fácilmente en cuanto se adquieren hábitos, y puesto que nuestra ciudad favorece justamente los hábitos, puede decirse que todo va bien. Desde este punto de vista, la vida, en verdad, no es muy apasionante. Pero, al menos aquí no se conoce el desorden. Y nuestra población, franca, simpática y activa, ha provocado siempre en el viajero una razonable estimación. Esta ciudad, sin nada pintoresco, sin vegetación y sin alma acaba por servir de reposo y al fin se adormece uno en ella. Pero es justo añadir que ha sido injertada en un paisaje sin igual, en medio de una meseta desnuda, rodeada de colinas luminosas, ante una bahía de trazo perfecto. Se puede lamentar únicamente que haya sido construida de espaldas a esta bahía y que al salir sea imposible divisar el mar sin ir expresamente a buscarlo.

Albert Camus 
La peste (1947)

martes, 19 de mayo de 2009

Ejercicio final - Signos del Paisaje de Medellín


Aprendizaje mínimo 
Paisaje es un significado, que depende de un conjunto determinado de signos. Estos signos los determina la experiencia perceptiva e interpretante de alguien: nosotros mismos, el geógrafo, el antropólogo, el relator del viaje, el jardinero, el pintor, el fotógrafo, ¿el arquitecto?; y  se expresa culturalmente según las capacidades y competencias lingüísticas, representativas, reproductivas y-o productivas (poéticas) de estos.   

miércoles, 13 de mayo de 2009

Geografia del paisaje

Carl O. Sauer

Conocimiento de la variante expresión de las diferentes partes de la superficie de la tierra…

… No es ciencia general de la tierra

… presupone las propiedades y procesos generales de la tierra, o los acepta de otras ciencias

… está orientada hacia la variante expresión de las áreas

… preferencia por el conocimiento sintético del área

Afirmamos el lugar de una ciencia que encuentra su campo entero en el paisaje, sobre la base de la realidad significante de relación corológica.

Sumario del objetivo de la geografía. – La tarea de la geografía se concibe como la de establecer un sistema crítico que abarque la fenomenología del paisaje, con el propósito de aprehender en todo sus significados y color la variedad de la escena terrestre.

… precaver contra la consideración de  la tierra como ‘el escenario en el que se despliega a sí misma la actividad del hombre, sin reflejar que este escenario está vivo en sí mismo’.[1]

 

[1] Vidal de la Blache  Principes de géographie humaine, p. 6 (1922).

viernes, 1 de mayo de 2009

Idea del Trópico (5)

... arriba

Claude Levi-Strauss
Tristes Trópicos (1955)
Capitulo 9
GUANABARA

A lo lejos, la ciudad cambia tanto como hacia arriba... en la cuesta del Corcovado... se llegaba por medio de un funicular sencillamente construido en medio de las piedras; parecía un poco garaje, un poco refugio de alta montaña, con puestos de mando a cargo de servidores atentos: una especie de Luna-Park. Todo eso para alcanzar, en lo alto de la colina y luego de haberme elevado a lo largo de los terrenos baldíos abandonados y rocosos que a menudo se acercan a la vertical, una pequeña residencia del período imperial, casa terrea, o sea de una sola planta, decorada con estucos y retocada con ocre, donde se comía en una plataforma transformada en terraza, por encima de una mezcla incoherente de obras de hormigón, casuchas y conglomerado urbano. Y al fondo, en lugar de las chimeneas de fábrica que uno esperaba ver como límite de ese paisaje heterogéneo, un mar tropical, satinado y brillante, coronado por un claro de luna monstruoso.

Idea del Trópico (4)

... topografía... social

Claude Levi-Strauss
Tristes Trópicos (1955)
Capitulo 9
GUANABARA

Rio de Janeiro no está construida como una ciudad común. Se estableció al principio en la zona llana y pantanosa que bordea la bahía, para después introducirse entre los morros abruptos que la aprietan por todas partes, como los dedos en un guante demasiado estrecho. Tentáculos urbanos, a veces de veinte o treinta kilómetros, se deslizan al pie de formaciones graníticas cuya pendiente es tan áspera que ninguna vegetación puede adherírsele; a veces, sin embargo, sobre una terraza aislada o en un cañadón profundo, se ha instalado un islote de selva, tanto más verdaderamente virgen cuanto que el lugar es inaccesible a pesar de su proximidad; desde el avión nos parece que rozamos las ramas en esos corredores frescos y sombríos donde planeamos entre tapicerías suntuosas antes de aterrizar a sus pies. Esta ciudad, tan pródiga en colinas, trata a éstas con un desprecio que, en parte, se explica por la falta de agua en las cimas. Rio de Janeiro es, en este aspecto, lo contrario de Chittagong, en el golfo de Bengala: en una llanura pantanosa, pequeños mogotes cónicos de arcilla anaranjada, luciente bajo la hierba verde, sostienen bungalows solitarios —fortalezas de los ricos que se protegen del calor agobiante y de la piojería de los bajos fondos—. En Rio de Janeiro es al revés: esos casquetes globulosos, donde el granito parece hierro fundido, reflejan tan violentamente el calor que la brisa que circula en el fondo de los desfiladeros no puede ascender a las alturas. Quizás el urbanismo haya resuelto hoy el problema, pero en 1935, en Rio, el lugar que cada uno ocupaba en la jerarquía social se medía con el altímetro: tanto más bajo cuanto más alto era el domicilio. Los míseros vivían asentados en los morros, en las favelas, donde una población de negros cubiertos de andrajos desteñidos inventaba en la guitarra esas melodías avispadas que en los días de Carnaval bajan de las alturas e invaden el centro de la capital junto con ellos.

Idea del Trópico (3)

... barrios

Claude Levi-Strauss
Tristes Trópicos (1955)
Capitulo 9
GUANABARA

Estas diferencias ya se advierten en el seno de una ciudad. Los barrios, como plantas que alcanzan la floración en su estación propia, llevan la marca de los siglos en los que crecieron, florecieron y declinaron. En ese cantero de vegetación urbana hay concomitancias y sucesiones. En París, el Marais estaba en cierne en el siglo XVIII y actualmente el moho lo corroe; especie más tardía, el 9.° arrondissement florecía bajo el Segundo Imperio, pero hoy sus mansiones marchitas son ocupadas por una fauna de gentes modestas que, como un enjambre, encuentran allí terreno propicio para el ejercicio de humildes formas de actividad. El 7.° arrondissement está congelado en su lujo caduco, como un gran crisantemo que levanta noblemente su cabeza reseca, más allá de lo posible. El 16.° arrondissement era ayer fastuoso; ahora, sus flores brillantes se hunden en una espesura de inmuebles que lo van confundiendo poco a poco con un paisaje de suburbio.

Cuando se comparan entre sí ciudades muy alejadas por la geografía y la historia, esas diferencias de ciclo se complican además con ritmos desiguales. Cuando uno se aleja del centro de Rio de Janeiro —muy al estilo de principios de siglo— se cae en calles tranquilas, largas avenidas bordeadas de palmeras, de mangos y Jacarandas podados, donde se levantan villas anticuadas en medio de jardines. Como me ocurrió más tarde en los barrios residenciales de Calcuta, pienso ahora en Niza o en Biarritz bajo Napoleón III. Los trópicos no son tanto exóticos cuanto pasados de moda. Lo que los caracteriza no es la vegetación, sino menudos detalles de arquitectura, así como la sugestión de un género de vida que, antes que convencernos de haber franqueado inmensos espacios, nos persuade de que hemos retrocedido imperceptiblemente en el tiempo.

Idea del Trópico (2)

... clima

Claude Levi-Strauss
Tristes Trópicos (1955)
Capitulo 9
GUANABARA

Sin duda alguna, estoy al otro lado del Atlántico y del Ecuador, y muy cerca del trópico. Muchas cosas me lo demuestran: este calor tranquilo y húmedo que libera mi cuerpo del habitual peso de la lana y suprime la oposición (que retrospectivamente descubro como una de las constantes de mi civilización) entre la casa y la calle; por otra parte, pronto me enteraría de que la suprime, en efecto, para introducir otra entre el hombre y el matorral, que mis paisajes íntegramente humanizados no incluían; están también las palmeras, las flores nuevas, y en los escaparates de los cafés, montones de nueces de coco verdes que una vez partidas dejan aspirar un agua azucarada con frescor de cueva.

Idea del Trópico (1)

... calle

Claude Levi Strauss
Tristes Trópicos (955)
Capitulo 9
GUANABARA

Heme aquí, por primera vez en mi vida, del otro lado del Ecuador, bajo los trópicos, en el Nuevo Mundo. ¿Cuál es el signo supremo que me hará reconocer esta triple mutación? ¿Cuál es la voz que me dará testimonio de ello? ¿Qué nota jamás escuchada resonará primero en mi oído? Lo primero que noto es algo fútil: estoy en un salón.

Vestido más livianamente que de costumbre y hollando los meandros ondulados de un revestimiento en mosaico blanco y negro, advierto un ambiente particular en esas calles estrechas y umbrosas que cortan la avenida principal; el paso de las moradas a la calzada es menos marcado que en Europa; los comercios, a pesar del lujo de sus fachadas, prolongan la exhibición hasta la calle; casi no se presta atención al hecho de estar dentro o fuera. En verdad, la calle no es tan sólo un lugar por donde se pasa, es un lugar donde uno se queda; viva y apacible al mismo tiempo, más animada y mejor protegida que las nuestras; vuelvo a encontrar el término de comparación que ella me inspira. Pues por el momento, los cambios de hemisferio, de continente y de clima casi no han hecho otra cosa que volver superflua la delgada capa vitrea que en Europa establece artificiosamente condiciones idénticas; en primer lugar, Rio de Janeiro parece reconstituir al aire libre las Gallerie de Milán, la Galerij de Amsterdam, el pasaje de los Panoramas o el hall de la gare Saint-Lazare.

jueves, 30 de abril de 2009

Adherencia al mundo

Francois Jullien
¿Son universales los derechos humanos?
Le Monde Diplomatique 148. FEBRERO DE 2008

En la India, (incluso a la distancia, como un hecho enorme frente al cual la inteligencia europea, apenas presta atención, se ve presa de una vacilación irreprimible), no hay aislamiento del "ser humano". Ni respecto de los animales: la distinción entre los seres humanos y ellos no es del todo pertinente desde el momento en que se admite la reencarnación de unos en otros y el hecho de que el animal posee también el poder de inferir y conocer. Ni respecto del mundo: como el psiquismo humano no es más que un conjunto de órganos destinados a transmitir pasivamente datos externos, la interioridad humana, que sólo está destinada a reaccionar a aquéllo que le provee el mundo, no está en condiciones de distanciarse respecto de él. La adherencia al mundo es tal que no hay orden natural del que pueda despegarse el ser humano. Ni, por último, respecto del grupo: éste, determinado jerárquicamente por su función religiosa, es la realidad primera en la que el individuo sólo halla un estatuto mínimo; el estatuto, irreducible, que está limitado a lo psico-fisiológico de lo que sufre o de lo que goza.

miércoles, 29 de abril de 2009

Del paisaje de Medellín

Lucio Luque (2009)



viernes, 24 de abril de 2009

Del paisaje americano

Claude Levi-Strauss
Tristes Trópicos (1955)

Capitulo 8
EL MAR DE LOS SARGAZOS

(...) Ya desde ayer, el Nuevo Mundo está presente, pero no para la vista. La costa se halla demasiado lejos, a pesar del cambio de ruta en un eje oblicuo hacia el sur, que progresivamente, desde el Cabo de Sao Agostino hasta Rio de Janeiro, se mantendrá paralelo a la costa. Por lo menos durante dos días, o quizá tres, navegaremos al costado de América. No son tampoco los grandes pájaros marinos los que anuncian el fin de nuestro viaje —rabos de junto gritones, petreles tiránicos que en pleno vuelo obligan a las plangas a devolver su presa—; estos pájaros se aventuran lejos de las tierras. Colón se enteró de eso poco después (todavía en medio del océano saludaba su vuelo como su victoria). Los peces voladores, que se impulsaban a coletazos en el agua y llegaban lejos gracias a sus aletas abiertas, mientras que sobre el crisol azul del mar surgían chispas de plata en todos los sentidos, habían disminuido desde hacía algunos días. Para el navegante que se aproxima al Nuevo Mundo se impone primeramente como un perfume, bien diferente del que se insinúa desde París con una asociación verbal y difícil de describir para quien no lo ha respirado.

Al principio parece que las fragancias marinas de las semanas precedentes ya no circulan con libertad; chocan contra un muro invisible; inmovilizadas, ya no requieren más la atención; ésta se orienta hacia olores de otra naturaleza, que ninguna experiencia anterior permite calificar. Brisa de selva que alterna con perfumes de invernadero, quintaesencia del reino vegetal, cuya frescura específica parece tan concentrada que podría traducirse por una embriaguez olfativa, última nota de un poderoso acorde arpegiado para aislar y fundir a la vez los tiempos sucesivos de aromas diversamente sazonados. Sólo lo comprenderán quienes han hundido su nariz en un pimiento exótico recién abierto después de haber respirado, en algún botequim del sertâo brasileño, el rollo almibarado y negro del fumo de rolo —hojas de tabaco fermentadas y arrolladas en cuerdas de varios metros— y en la unión de estos olores hermanos reencuentran a esa América que durante milenios fue la única poseedora del secreto.

Pero cuando a las cuatro de la mañana del siguiente día ella se levanta finalmente en el horizonte, la imagen visible del Nuevo Mundo aparece digna de su perfume. Durante dos días y dos noches se va revelando una inmensa cordillera; inmensa no ciertamente por su altura sino porque se reproduce, siempre idéntica a sí misma, sin que sea posible distinguir un comienzo o una interrupción en el encadenamiento desordenado de sus crestas. A muchos cientos de metros por encima de las olas, esas montañas elevan sus paredes de piedra pulida, cabalgata de formas provocativas y locas como se ven a veces en castillos de arena desgastados por la marea, pero que uno jamás sospecharía que, al menos en nuestro planeta, existieran en tan grande escala.

Esta impresión de enormidad es privativa de América; se la experimenta por todas partes, tanto en las ciudades como en la campaña; yo la he sentido frente a la costa y en las mesetas del Brasil central, en los Andes bolivianos y en las Rocallosas del Colorado, en los barrios de Rio, los alrededores de Chicago y las calles de Nueva York. En todas partes se recibe la misma impresión violenta. Pero esos espectáculos recuerdan otros semejantes: esas calles son calles, esas montañas son montañas, esos ríos son ríos; ¿de dónde proviene la sensación de extrañeza? Simplemente, de que la relación entre la talla del hombre y la de las cosas se ha distendido hasta tal punto que la medida común está excluida. Más tarde, cuando uno se ha fami-liarizado con América, se opera casi inconscientemente esa acomodación que restablece una relación normal entre los términos; se hace imperceptiblemente, y esto se verifica justamente en el mecanismo mental que se produce cuando desciende el avión. Pero esa inconmensurabilidad congénita de ambos mundos penetra y deforma nuestros juicios. Los que declaran que Nueva York es fea son tan sólo víctimas de una ilusión de la percepción. Aún no han aprendido a cambiar el marco de referencia, se obstinan en juzgar a Nueva York como una ciudad y critican las avenidas, los parques, los monumentos. Y sin duda, objetivamente, Nueva York es una ciudad; pero el espectáculo que presenta a la sensibilidad europea es de otro orden de dimensión: es el de nuestros propios paisajes, en tanto que los paisajes americanos nos arrastrarían hacia un sistema aún más vasto, para el cual no poseemos equivalente. La belleza de Nueva York, por lo tan¬to, no se refiere a su naturaleza de ciudad sino a su transposición, inevitable para nuestra vista si renunciamos a toda rigidez, de la ciudad al nivel de un paisaje artificial donde los principios del urbanismo ya no intervienen; los únicos valores significativos son la suavidad de la luz, la sutileza de las lejanías, los precipicios sublimes al pie de los rascacielos, y los valles umbríos sembrados de automóviles multicolores, como flores.



Después de esto me siento aún más embarazado para hablar de Rio de Janeiro, que me rechaza a pesar de su belleza tantas veces celebrada. ¿Cómo decir? Me parece que el paisaje de Rio no está a la escala de sus propias dimensiones. El Pan de Azúcar, el Corcovado, todos esos puntos tan alabados, se le aparecen al viajero que penetra en la bahía como raigones perdidos en los rincones de una boca desdentada. Casi constantemente sumergidos en la bruma fangosa de los trópicos, esos accidentes geográficos no llegan a llenar un horizonte demasiado como para sentirse uno satisfecho. Si se quiere abrazar un espectáculo hay que tomar la bahía de flanco y contemplarla desde las alturas. Del lado del mar y por una ilusión inversa a la de Nueva York, aquí es la naturaleza lo que reviste el aspecto de los astilleros.

Así las dimensiones de la bahía de Rio no son perceptibles con la ayuda de referencias visuales: la lenta progresión del navio, sus maniobras para evitar las islas, la frescura y los perfumes que descienden bruscamente de las selvas pegadas a los morros, establecen por anticipado cierto contacto físico con flores y rocas que aún no existen como objetos, pero que preforman para el viajero la fisonomía de un continente. Y otra vez Colón viene a mi memoria, cuando señala que los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo, y según creía, nunca perdían sus hojas, pues los había visto tan frescos y verdes en noviembre como en mayo en España; algunos hasta tenían flores y otros, frutos; en cualquier dirección hacia donde se volviera, cantaba el ruiseñor acompañado por millares de pájaros de especies diferentes. He allí América, el continente se impone. Está hecho de todas las presencias que en el crepúsculo animan el horizonte nebuloso de la bahía; pero para el recién llegado, esos movimientos, esas formas, esas luces, no indican provincias, caseríos y ciudades; no significan selvas, praderas, valles y paisajes; no traducen los pasos y los quehaceres de individuos que se ignoran unos a otros, cada uno encerrado en el horizonte estrecho de su familia y de su trabajo. Todo eso vive una existencia única y global. Lo que me rodea por todas partes y me aplasta, no es la diversidad inagotable de las cosas y de los seres, sino una sola y formidable entidad: el Nuevo Mundo. Ver Enlace

miércoles, 22 de abril de 2009

"Ilustres" jardineros contemporáneos

Robert Burle Marx – Brasil
Yves Brunier – Francia
Dieter Kienast – Suiza
Patrick Blanc – Francia
Gilles Clement - Francia


Roberto Burle Marx. Residencia de Luis Cesar Fernández

Jardineros "ilustres"

André Le Notre – Francia
Lancelot “Capability” Brown - Inglaterrra
William Kent - Inglaterra
René Louis Girardin - Francia
Joseph Paxton - Inglaterra
Frederick Law Olmsted – Estados Unidos
Jean- Claude Nicolas Forestier – Francia
Nicolau Maria Rubio – España
Beatriz Farrand – Estados Unidos


Beatrix Farrand. Dumbarton Oaks (Foto Flickr por john w)

Jardines singulares

Villa Adriano – Tivoli, Italia
Sacro Bosco de Bomarzo – Viterbo, Italia. F. Orsini
Le Desert de Retz – Chambourcy, Francia. Monsieur de Monville
Palacio Ideal – Hauterives, Francia. Facteur Cheval
Giverny – Francia. Claude Monet
Watts Towers – Los Angeles, California. Simon Rodia
Maison de Picassiette – Chartres, Francia. Raymond Isidore
Litte Sparta – Dunsyre, Escocia. Ian Hamilton Finlay
Prospect Cottage – Dungeness, Inglaterra. Dereck Jarman


Derek Jarman. Prospect Cottage

Culturas del jardín

Hortus conclusus - Edad Medía
Jardín del desierto- Irán
Cármenes - Granada
Jardín clásico – Italia
Jardín clásico – Francia
Jardín oriental – China
Jardín Zen – Japón
Jardín paisajístico – Inglaterra
Jardín estilo cottage – Inglaterra
Jardín burgués – Francia
Jardín mediterráneo - España
Jardín naturalista – Estados Unidos


Bagh-e Shazadeh, Irán

sábado, 18 de abril de 2009

El arquitecto y el jardín (2)

Charles-Edouard Jeanneret (Le Corbusier)
Circular de su primera oficina de arquitectura, dirigida a la clientela local de Chaux-de-Fonts (1912)

Puedo encargarme de la creación de planos y de la construcción de villas, casas de campo y toda clase de edificios industriales (especialmente en hormigón armado), residencias de alquiler, instalación, reparación y transformación de tiendas, así como diseño interior y arquitectura de jardines

Paisaje urbano

Roland Barthes
La Torre Eiffel (1964)

... Por su posición misma de punto de vista visitado, la Torre hace de la ciudad una especie de naturaleza; convierte el hormigueo de los hombres en paisaje, añade el mito urbano, a menudo sombrío, una dimensión romántica, una armonía, un alivio; por ella, a partir de ella, la ciudad se incorpora a los grandes temas naturales que se ofrecen a la curiosidad de los hombres: el océano, la tempestad, la montaña, la nieve, los ríos... visitar la Torre es entrar en contacto... con una nueva naturaleza, la del espacio humano...

One year in 40 seconds



One year in 40 seconds from Eirik Solheim on Vimeo.

El arquitecto y el jardín (1)

Manfredo Tafuri
Crítica Operativa (1981)
Entrevista a Manfredo Tafuri del Programa de Estudios Históricos de la Construcción del Habitar. Buenos Aires

En el Japón, por ejemplo, en el 1500, el 1600 y el 1700 el arquitecto del templo no existía, como tampoco existía la palabra arquitectura. Existen sí dos maneras de designar los problemas del construir a través de dos actividades: por medio de una se indica la tarea de conseguir fondos necesarios, por medio de la otra se refiere a la actividad de quien diseña el jardín, algo mucho más importante que el templo mismo. Se valoriza así el vacío sobre el lleno, y ese vacío no es diseñado por arquitectos, sino por pintores o maestros de la ceremonia del té, sacerdotes, mediante una operación no figurativa, sino sagrada. Y lo que se expresa en el diseño no son conceptos intelectuales, sino una actitud del individuo ante el cosmos.

¿Que significa paisaje? (4)

Paisaje. Landscape + 100 palabras para habitarlo
Bernard Lassus

El "paisaje" es siempre lo que está más lejos, lo que queda fuera de nuestra exploración, el horizonte siempre relegado, renovado... lo inalcanzable. Y si alguna vez podemos acercarnos, en el mismo momento en que llegamos a él, el paisaje se convierte en lugar, como por el toque de una varita mágica: el lugar en el que me encuentro. Así, como lejanía de la presencia de los objetos que lo hacen posible, no puede verificarse. La materia anunciada no es autentificable; a diferencia del lugar, donde puedo tocar esa piedra, o eventualmente subirme a una escalera y coger cerezas.
Destruyendo el paisaje he descubierto un lugar o, mejor dicho, una sucesión de lugares; el paisaje se ha desmigajado, se ha descompuesto en infinidad de fragmentos convertidos en objetos de los que exploro lo oculto. Cada fragmento se convierte en abedul de corteza blanca, lisa y moteada de negro grumoso, casa con techo de tejas, río, nube...

Pero si lo "mostrado" es inexplorable, cuando se separa de lo "oculto" se convierte en un conjunto: una muestra sin fallos, un cuadro compuesto por los fragmentos visibles de un conjunto de objetos de los que se ha separado, lo mostrado de todos los objetos posibles cuya mejor forma de representación es sin duda el traje de camuflage del ejercito. La perdiz se confunde en el campo de trigo, el tigre en la sabana y el soldado en el matorral. Por otra parte, se dice que sólo quedan algunos paisajes de piel de leopardo: el gris azulado del mar, el beige ocelado de marrón de los camiones del desierto o la tela blanca con la que se cubre el cazador alpino. Se presiente entonces la importancia que puede tener el ruido del torrente que no veo, el olor de las flores ocultas por el pliegue del terreno: juegos sutiles entre lo oculto y lo evidente, entre lo próximo y lo lejano.

El "paisaje" es el instante frágil donde los fragmentos sonoros, visuales y olfativos se funden con mis referencias y mi estado del momento para construir una hipótesis de conjunto no completamente disociada de esas fuentes que le hacen de soporte... De alguna forma, el paisaje destruye los objetos, y el cuadro destruye el paisaje... La utilización generalizada del término "paisaje" tal vez sea también la evidencia de un vacío que podría interpretarse como la dificultad de alguien para percibir las articulaciones y las relaciones entre los objetos, como una ausencia de forma significante en los objetos que pudiera facilitar dicha percepción...

Los viajes naturalistas

1758-1858. Del inventario de las especies a una geografía de las plantas y de los animales, hasta las bases de una teoría de la evolución.



Ver Enalce Una avanzada del progreso, en Cuentos de Inquietud (pg. 45)


Humboldt y Bonpland junto al Chimborazo

El espacio del paisaje

Noción asilvestrada
Condiciones

1. Exterior, a cielo abierto, expuesto al paso del tiempo, al contacto meteorológico (geográfico, biológico, climatológico);
2. cruza naturaleza y artificio, es continuo y articulado ;
3. implica desplazamiento, ir de un lugar a otro; traza una trayectoria, por lo menos entre dos puntos;
4. implica una ética, del desprendimiento de la experiencia;
5. alternativo al espacio urbano propiamente funcional;
6. más estético que funcional;
7. más de gestión que de construcción;
8. plano de composición del gusto por la vida;
9. plano de consistencia de la convivencia;
10. sus cualidades y valores están más en lo potencial y abierto que en lo permanente y estable;
11. se interviene eco-sistémicamente
.

jueves, 16 de abril de 2009

Paisaje (7)

Senda de Oku. Matsuo Basho. 1689

Ver Enlaces -3

sábado, 11 de abril de 2009

Land/Landscapes

Alain Roger
Life and Death of the Landscapes

Land/Landscape: this recent lexical distinction (it goes back no further than the fifteenth century) is to be found in the majority of Western languages: pays/paysage in French. Land/Landschaft in German, pais/paisaje in Spanish, paese/paesaggio in Italian. The land is, in a way, the ground zero of the landscape, the point from which its “artialization” proceeds, whether it be direct (in situ)or indirect (in visu). This is what history teaches us, but our landscapes have grown so familiar, so “natural”, that we have a tendency to believe that beauty is intrinsic. And is up to artist to remind us this basic truth: that a land is not, straight off, a landscape; and that there is, between one and the other, all the elaboration of art.

Re-producción

Serge Latouche
Sobrevivir al desarrollo (2004)

La reproducción sostenible ha reinado en general en el planeta hasta el siglo XVIII; es todavía posible encontrar en ancianos del Tercer Mundo a "expertos" en reproducción sostenible. Los artesanos y campesinos que han conservado una amplia herencia de maneras ancestrales de hacer y de pensar viven muy a menudo en armonía con su entorno; no son depredadores de la naturaleza. Todavía en el siglo XVII, al proclamar sus edictos sobre los bosques, al reglamentar sobre las talas para asegurar la regeneración de los bosques, al plantar encinas que aún podemos admirar, para proveer mástiles para naves trescientos años más tarde, Colbert se muestra como experto en sostenibilidad. Al hacerlo, estas medidas contradecían la lógica mercantil.

Si esto es desarrollo sostenible, entonces tendremos que incluir en ello las prácticas de todos los campesinos que plantaban olivos y nuevas higueras cuyos frutos no verían nunca porque pensaban en las generaciones futuras, y eso sin seguir ningún reglamento, sino sencillamente porque sus padres, sus abuelos y todos los que los habían precedido habían hecho lo mismo. Evidentemente, esa conducta prudente no tiene nada que ver con el desarrollo económico real de las sociedades actuales.

Naturaleza humana

Edgar Morín
El pensamiento ecologizado (1989)

La autonomía material y espiritual de los seres humanos depende de alimentos culturales, del lenguaje, de un saber de mil cosas técnicas y sociales; cuantas más nos permita conocer nuestra cultura de otras culturas ajenas y pasadas, más posibilidades tiene nuestra autonomía.

Desarrollo

Serge Latouche
Sobrevivir al desarrollo (2004)

En muchas civilizaciones (si no en todas), antes del contacto con Occidente el concepto de desarrollo se encontraba del todo ausente. Su traducción en las lenguas africanas, en particular, ha llevado de cabeza a los expertos:

...los bubi de Guinea ecuatorial usan un término que significa a la vez "crecer" y "morir", y los ruandeses construyen el desarrollo (la noción) a partir de un verbo que significa "caminar", "desplazarse", sin que ninguna direccionalidad particular esté incluida en la noción. Esta laguna no tiene nada de sorprendente, indica sencillamente que otras sociedades no consideran que su reproducción dependa de una acumulación continua de conocimientos y bienes que presupongan un futuro mejor que un pasado. ... Así mismo, en wolof se ha intentado encontrar un equivalente a desarrollo en una palabra que significa "la voz del jefe". Los camerunenses de lengua eton parecen ser todavía más explicitos, hablan del "sueño del blanco". La figura del desarrollo no posee equivalente en moore y se traduce lo mejor posible con la frase "tond maoodame tenga taoor kend yinga" (luchamos para que en la tierra -el pueblo- las cosas vayan mejor -para mí). El colmo se ha intentado alcanzar con el idioma quechua, queriendo encontrar la idea de desarrollo con la expresión "trabajar bonito para la próxima salida del sol".

Esta ausencia de palabras para expresarlo es un indicio, aunque no suficiente, para probar que los valores sobre los que se basa el dearrollo, y particularmente el progreso económico, no se corresponden en absoluto con aspirraciones universales profundas.

Por lo que se refiere al Africa negra, los antropologos han señalado que la percepción del tiempo se caracteriza por una clara orientación hacia el pasado: los sara del Chad estiman que lo que se encuantra tras sus ojos y que no pueden ver, es el futuro, mientras que el pasado se encuantra delante, ya que es lo conocido. Sería estupido etnocentrismo intentar hoy rebatir la lógica de esta representación.

¿Que significa paisaje? (3)

Retorno al paisaje. Gerard Vilar
Postfacio de El paisaje y su sombra. Mathieu Kessler

El último tercio del siglo XX ha conocido un proceso de rehabilitación de la estética de la naturaleza.
Puesto que avanzamos inexorablemente hacía el dominio total de la razón instrumental, resulta comprensible que “mientras un progreso utilitarista y romo siga violentando la superficie de la tierra, no podrá desalojarse del todo la idea, por más pruebas en contrario que se aduzcan, de que cuanto hay más acá o antes del rumbo actual, es mejor y más humano por haberse rezagado” (1).

- En la belleza natural adivinamos, pues, el resplandor intermitente de la utopía, que no puede entenderse en términos de mero placer.
- En toda experiencia estética auténtica nos encontramos la negación de algunos rasgos sociales dominantes; “la belleza natural es la alegoría del más allá de la sociedad burguesa, de su trabajo y de sus mercancías”, escribio Th. W. Adorno

(1) Theodor W. Adorno. Teoría Estética

Producción, re-producción, representación

Pequeño ensayo semiotico

jueves, 9 de abril de 2009

Paisaje (6)

The Roden Crater. James Turrell. Desde 1972








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lunes, 6 de abril de 2009

Momij-gari

En Japón

Contemplar las flores del arce, en otoño.

Hanami

En Japón

Contemplar las flores del cerezo, en primavera
.

sábado, 4 de abril de 2009

Los lugares de la cultura

Alison & Peter Smithson
Italian Thoughts (1993)

One´s "returns" to Bath, to Athens, to Cambridge (Mass), to Milan, to Stockholm are each, if one examines them, ritualized in this way: one seeks -like an animal to salk-lick- the flavour of
one´s earliest experiences of the territory at its most extreme. One seeks the places where the sensation is sharpest in us.

Paisaje (5)


England's South Downs gain national park status

The new South Downs national park will spread across Sussex and Hampshire and cover an area of 627 square miles. Ver Enlace

Historia natural

Antonio Muñoz Molina

La historia natural es un antídoto saludable de los desastres, las idioteces y las crueldades sin nombre de la historia política.
Ver Enlace

lunes, 30 de marzo de 2009

Naturaleza

André Comte-Sponville
Diccionario filosófico

La physis, en los griegos, como la natura en Lucrecio o Spinoza, es lo real mismo, considerado en su independencia, en su espontaneidad, y en su poder de autoproducción o de autodesarrollo. Se opone en esto al arte o a la técnica (del mismo modo que lo que se hace a sí msimo se opone a lo que es hecho por el hombre)... Puede decirse en un sentido general (la naturaleza es el conjunto de los seres naturales) o en un sentido particular (la naturaleza de un ser, que se llama a veces su esencia, es entonces lo que hay en él de natural: "su principio -como dice Aristóteles- de movimiento y de fijeza"). Se opone en ambos casos a lo sobrenatural y a lo cultural: la naturaleza es todo lo que existe, o que parece existir, independientemente de Dios o de los hombres.

domingo, 29 de marzo de 2009

¿Qué significa paisaje? (2)

En el origen del paisaje
Agustin Berque




¿Qué significa paisaje? (1)

Paisaje y representación
Graciela Silvestri

En las tres últimas décadas, el tema del paisaje alcanzó un auge inédito en la historia cultural, en parte porque remite a uno de los problemas más conspicuos en estos años, el de las conflictivas relaciones entre el hombre y la naturaleza. La palabra paisaje alude simultáneamente a un ambiente predominantemente natural y a las formas de ser interpretado, representado o transformado. Muchas de las cuestiones teóricas que el tema convoca se derivan de este “doble sentido” de la palabra, que lleva de paisajes mentales a paisajes materiales, de naturaleza a arte, desplazando sin clausurar totalmente uno de los términos. Esta ambigüedad que desde las perspectivas de la historia cultural constituye gran parte de su riqueza, deriva en muchos casos en confusión. Diversas disciplinas han configurado perspectivas específicas para determinar tanto el concepto como los instrumentos para su estudio: la geografía, la historia del arte, las ciencias naturales o la planificación; así, no siempre se está hablando de lo mismo cuando se dice paisaje en historia cultural.

¿De qué hablamos aquí, entonces, cuando decimos paisaje? Las coordenadas del problema ya habían sido expuestas por Simmel en 1913(1). Un paisaje no está dado sólo por el hecho de que una serie de cosas diversas estén colocadas juntas sobre la tierra y sean aisladas en un campo visual. Este fragmento debe servir como representante y símbolo de un todo – la Naturaleza, dice Simmel- que se niega conceptualmente a esta fragmentación. Así, el paisaje constituye una paradoja: una “visión cerrada en sí experimentada como unidad autosuficiente, entrelazada, sin embargo, con un extenderse infinitamente más lejano”. Esta promesa de reconciliación radicada en la apariencia del paisaje es la que ha llevado a diversos intentos de quebrar el espacio de representación para pasar al fenómeno que convoca la representación. En muchos casos, esta voluntad condujo a cancelar el problema de la apariencia, que remite inevitablemente a claves estéticas; éste fue el camino privilegiado, por ejemplo, por la geografía histórica –y ésta es la voluntad más genérica del ecologismo que tiñe muchos caminos actuales de la historia cultural-. En otros casos, fue la pura representación literaria o plástica la que se cerró a cualquier sugerencia externa: el paisaje considerado sólo como un género de la técnica. La novedad que plantean los estudios sobre el paisaje en el registro de la historia cultural radica, precisamente, en intentar una articulación entre diversidad de objetos, materiales y simbólicos, temporales y espaciales, naturales y artificiales, a los que la palabra alude.

En este punto, a la historia del paisaje le ocurre algo similar a otros temas enfocados por la historia cultural: como hace varios años planteó Chartier, no ha sido superada una división del trabajo histórico que opone esquemáticamente lo “real” a lo “mental”(2). Pero cuando Chartier escribía esto, en 1982, aún se desarrollaba el combate contra una historia de las mentalidades colonizada por instrumentos estadísticos, a favor del privilegio del análisis cualitativo y de la destitución, para decirlo en palabras de Warburg, de los “guardianes fronterizos” de los diversos enfoques disciplinares. A fines de los años noventa, la situación es muy distinta. Se ha generalizado una práctica histórica que trama diversas formaciones discursivas y no discursivas, al mismo tiempo que muchos relatos así construidos han pasado a ser patrimonio común, clisés académicos. En esta difusión, a pesar de sus indudables ventajes, se ha perdido lo que en los primeros trabajos constituía un problema: la articulación de perspectivas diversas sin diluirlas en un espacio histórico homogéneo.

Pero además, ciertas líneas que derivan de la cantera más recurrida en el mundo anglosajón, la de los estudios literarios, parecen plantear el problema inverso, aunque un resultado similar. En estos casos, como veremos, el tema del paisaje es convocado predominantemente en relación con una serie de preguntas específicas: la construcción del espacio nacional, las estrategias de dominación colonial, la sumisión de lo diferente (categoría en la que entran comunidades y paisajes) a través de determinadas representaciones canónicas y prácticas institucionalizadas. La homogeneización se opera en este caso a través de la reducción de los diversos objetos abordados a las lógicas de dominio identificadas primariamente en el texto escrito.

Am I / To see in the Lake District then, / Another bourgeois invention like the piano? (3)

La cita de Auden resume gran parte de los problemas de fondo que coloca el tema: “paisaje” no es sólo una invención; no sólo un producto de la perspectiva renacentista; ni sólo una excusa para dominar territorios y definir fronteras. El azul del cielo, el manantial fluyendo y la gratuita belleza de las flores parecen ser motivos lo suficientemente estables en la percepción humana para atravesar culturas disímiles, períodos larguísimos y grupos sociales opuestos. La estabilidad temporal no implica por cierto ahistoricidad: implica un problema particular que el paisaje pone a la historia.

El segundo problema, también emparentado con esta aparente estabilidad, radica en la promesa de armonía implícita en la figura del paisaje. La historia, como disciplina, ha recurrido muchas veces al tema en función de “recuperar” la unidad del proceso histórico que la división académica de competencias habría supuestamente perdido. Pero entonces se enfrento con la diversidad de técnicas que construyen ese bastión de consuelo humano, la diversidad de tiempos que en él dejaron huellas, la diversidad de objetos a los que alude. Se despliegan así mundos relativamente autónomos que será necesario conectar en aquellos aspectos pertinentes o poner en colisión para permitir la emergencia de figuras novedosas. Las formas de articular históricamente esta diversidad constituyen un problema tanto teórico como practico. En las páginas que siguen, me propongo analizar algunos de estos problemas tal como han sido enfrentados en un puñado de trabajos que resultan claves para comprender el actual estado de la cuestión.

Sin duda, la historia del paisaje tiene una deuda central con la tradición geohistórica francesa, especialmente con aquellos historiadores identificados dentro de la “escuela” de los Annales, que renovaron la disciplina a partir de “llevar las investigaciones a ras de suelo”(4) y quebrar las perspectivas que separan el estudio del espacio físico de la temporalidad humana. En estos trabajos, el tema relevante que el paisaje propone es el de la vinculación entre diferentes calidades de tiempo (las que convoca el espacio –en particular, pero no sólo, el ambiente natural- y las que convoca el acontecimiento). Los trabajos clásicos de Bloch, Duby o Braudel carecen de precisiones sofisticadas en el terreno epistemológico, pero fue la obra maestra de Braudel la que aportó una clasificación que enlaza hasta hoy tiempo y objeto histórico: la que nos dice que los acontecimientos operan en breves oscilaciones; que la historia social, económica (tendencias profundas, estructurales que luego se extendieron a los novedosos temas de la mentalité) se mueve en larga duración, y que la historia de las relaciones de los hombres con el medio opera en un tiempo geográfico, casi “inmóvil”. El mediterráneo se abre con el relato de esta lentitud(5).

Sobre esta concepción del tiempo y la historia ya se han realizado críticas que no es necesario repetir aquí. Me interesa en cambio indicar tres cuestiones que de ella se derivan. La primen es que la imagen de la lentitud en las transformaciones ambientales tal vez sea apropiada para describir cierto tipo de experiencias premodernas, pero es en absoluto insuficiente para la modernidad. La segunda es que esta descripción, que tantos frutos ha dado en historia social, no encuentra Lugar temporal para las obras de arte en sentido mas lato. No lo encuentra -y por ende tiende a expulsarlas- porque ellas pueden ubicarse indistintamente en cualquiera de los tres tiempos, o en los tres simultáneamente, o tal vez en ninguno: son tan múltiples como cualquier otra manifestación humana, pero su propia mitología moderna -que no puede menos que considerarse- ha tendido a separarlas(6).

Por otro lado, las obras de arte proponen otro tipo de cuestiones que la historia de los Annales (sobre todo en sus derivaciones típicas de los años sesenta) no estaba interesada en enfrentar. El paisaje, para historiadores como Braudel o Duby, mantiene su definición geográfica tradicional: es decir, constituye una totalidad localizada, con características morfológicas que pueden describirse científicamente. En otros términos, el signo ambiental puede leerse de muchas formas (como testimonio de las relaciones entre hombre y mundo, o como forma ambiental), pero no se problematiza en su valor de comunicación estética. La noción de paisaje se comprende sólo cuando se reconoce este aspecto, y no únicamente otra gama de percepciones, también históricamente conformadas, como los valores concernientes a la subsistencia, o la percepción de estructuras simbólicas de larga duración(7).

Pero además, como ya había sido indicado por Simmel, es la mirada estética la que aleja al hombre de una relación pacifica dentro de un ámbito determinado, para recordarle su radical separación. En muchos trabajos que responden a la nueva historia francesa, y El mediterráneo puede sin duda incluirse en esta crítica, el recurso de la historia inmóvil del medio ambiente refuerza la idea de totalidad: la historia inmóvil es la escena.

Tomemos un ejemplo que, siguiendo la inspiración de la escuela francesa, pero fuertemente anclado en las vertientes marxistas de la historia social, trabajó incomparablemente el tema: la Storia del paesaggio italiano de Emilio Sereni (1961). Resulta un ejemplo de especial interés para identificar los límites de este encuadre, ya que su objeto de estudio no puede menos que evocar a cada paso, como el mismo autor plantea en el prólogo, las representaciones artísticas:

(…) il gusto del contadino per il “bel paesaggio” agrario e nato di un sol getto con quello di un Benozzo Gozzoli per il “bel paesaggio” pittorico, e con quello del Bocaccio pero il “bel paesaggio” poético del Ninfale fiesolano. (8)

Sin embargo, a pesar de esta declaración de principios, las “obras de arte” son convocadas como ilustración de los procesos económicos mas generales.

Soy consciente de la impertinencia de la demanda ante un texto que sólo pretende complejizar –en discusión con sus colegas franceses- la construcción histórica del paisaje agrario, trabajando en un plano que no es propiamente el de la historia cultural ni, a pesar del título, el del paisaje en la forma aquí convocada. Pero resulta un ejemplo de interés porque intenta saldar la división tradicional entre la “realidad” que una historia económica, notarial o agronómica explicitaría, y las representaciones estéticas, trabajando en un sentido similar al de la historia cultural.

Per quanto a noi ci riguarda, ciò che particolarmente ha sollecitato il nostro interese per i problemi di storia del paesaggio, é stato proprio il fatto che, in questa disciplina, quella frammentaritá tende, almeno parzialmente, a ricomporsi .(9)

Sereni se refería explícitamente a la fragmentariedad de las especializaciones históricas, pero esta crítica conducía también a la fragmentariedad del mundo moderno. Y pocas imágenes como la del paisaje toscano convoca con tal fuerza la conciencia melancólica de la escisión. Si Sereni no logra hacer presente la densidad de la articulación entre el paisaje agrario y el paisajismo pictórico, las bellas letras o la arquitectura, a pesar de su exquisita sensibilidad (en parte por su obstinación a reducir todo a un proceso único), sí en cambio estos testimonios emergen para diferenciarlo netamente de “la descarnada probabilidad del dato estadístico” en que gran parte de la escuela francesa de los Annales había caído. En otras palabras, la cualidad de la forma paisaje era para él un problema.

La voluntad de reunir cultura y experiencia social, expresión artística y trabajo no cuantificado, que emerge a fines de la década del sesenta para construir lo que llamamos historia cultural, se encuentra también en historiadores que parecen abordar otros objetos, especialmente literarios, para pensar ciertas constantes del imaginario colectivo íntimamente vinculadas con el tema del paisaje: en particular, la sistemática oposición entre campo y ciudad. “tornas material la historia de la cultura” era, en efecto, uno de los propósitos de Raymond Williams en The country and the City, que puede considerarse un texto paradigmático entre los estudios culturales de los paisajes. La elección del tema parece moverse en el mismo clima de ideas que llevó a Sereni a confesar su voluntad de reconectar franjas distintas de experiencias y acciones sociales en función de restaurar la unidad del proceso histórico(10).

Pocos temas se prestan mejor que éste para sugerir la unidad, en la medida en que en la propia historia del paisaje estos distintos aspectos aparecen necesariamente conectados. No en el sentido del proceso que intentaba Sereni, sino en las formas precisas cuyo estudio Williams va a iniciar en el caso del paisaje inglés. Como para el “bel paesaggio” italiano, Williams se encuentra en un mundo saturado de convenciones estéticas de orígenes remotos e interpretaciones novedosas: la construcción del motivo nacional del “verde” inglés. Las correspondencias trazadas (pintura y escultura del paisaje, literatura y convenciones clásicas, crecimiento urbano y mitología ruralista) no son aleatorias ni vienen dadas por una imposición externa al material (no se trata, por cierto, de una summa de artes). Las identificaciones de motivos de larguísima duración y las emergencias novedosas son tratadas en activo y presente conflicto.

Otros trabajos contemporáneos al de Williams se han convertido también en clásicos en el análisis cultural del paisaje: recuerdo en particular el temprano libro de Leo Marx, The machine in the garden, que se instala, a partir de los mitos de la bucólica norteamericana, en el cruce entre literatura e imaginario colectivo(11). Aunque más restringido que el de Williams, inauguró preguntas aún hoy pertinentes sobre las contradicciones de una “sensibilidad nacional” que parece moverse entre dos polos antagónicos.

En ambos casos, el tema del paisaje no es elegido como un tema más que no ha sido explorado –un nicho en términos de mercado académico -, sino que se presenta con los perfiles de una tradición específica de importancia central para comprender una cultura determinan. Ambos autores se basan en trabajos anteriores que, sin proponerse los mismos objetivos, supone contribuciones ineludibles. No me refiero sólo a las monografías que conforman el suelo firme de estos trabajos que se mueve en un tiempo “largo”, sino también a las grandes síntesis que se constituyeron ellas mismas en parte de la tradición, como la obra de Lewis Mumford, especialmente los cuatro libros de la serie Renewal of life: Tchnics and Civilization (1934), The culture of the Cities (1938), The condition of man (1944) y The conduct of life (1951). Cuando se extiende en los Estados Unidos la modalidad de los estudios culturales, ya existía un camino probado por figuras de la talla de Mumford, quien, aunque con intenciones operativas y sin duda con otros referentes para la interpretación, articulaba problemas ecológicos, culturales, técnicos y artísticos reformulando la palabra cultura.

Por añadidura, debe recordarse que esta línea en la que se reunieron planificadores regionales, sociólogos, críticos de arquitectura y artes, se instalaba en lo que podríamos llamar el progresismo americano, cuya vocación marcó, y marca aún, los estudios culturales. También los casos de Williams y Sereni se conocen en las particulares inflexiones de la nueva izquierda de sus respectivos países, pero por cierto con mayor preponderancia del pensamiento marxista (que carecía de tradición densa en América). Esta distinción no me parece secundaria, ya que conduce a los textos norteamericanos a una ocupación casi exclusiva del terreno cultural-en el sentido amplio que le daba Mumford-, mientras que los intentos europeos eran algunos temas clásicos de la cosmovisión de la izquierda europea (diferenciación de sectores sociales, definición de las instancias tecnológicas en la perspectiva de las relaciones de producción, etc.) que en consecuencia atienden como problema y no naturalmente la segmentación de competencias disciplinarias en el ámbito del paisaje.

A diferencia de los trabajos de la escuela francesa, y en contraste también con los citados estudios de Sereni, tanto Williams como Leo Marx indagaban el problema de la sensibilidad paisajista desde la literatura. Ambos indicaban en la introducción la huella de las pautas básicas conformadas en la literatura clásica (Hesíodo, Teócito, y sobretodo Virgilio); ambos relataban sus variaciones y usos a partir de una lectura particular de ejemplos literarios canónicos de sus respectivos países; y es fundamental a través del material escrito que se estudia el problema de la persistencia de ciertos ideales, de su sentido cambiante aún compartiendo el pattern básico, de su articulación con otras franjas de la forma artística, las condiciones de propiedad de los campos, la revolución tecnológica o la emergencia de la gran ciudad.

El método es diáfano: los autores parten del conocimiento a fondo del material literario, al que interrogarán desde nuevas perspectivas; las respuestas y explicaciones no provienen del interior de este material, sino de su articulación con las esferas más cercanas (el arte culto) y más lejanas (la producción, el consumo, la tecnología). Las más lejanas carecen para ellos de especificidad formal; representan el fondo mundo de los procesos que explican las diferencias, “la vida”. Estamos en presencia de una de las formas que se convertirá en típica, y extremadamente vivificante por unos años, en los estudios culturales: la del experto en una disciplina, habitualmente la crítica literaria, que, conociendo a fondo géneros y técnicas, rechaza aislarla y utilizarla, como papel de tornasol, estudios de otros registros para “tornarla material”.

De esta modalidad se derivan algunas cuestiones que me interesa señalar un la primera radica en la elección de la literatura como piedra angular para estudiar el registro de la experiencia social de la naturaleza. Nadie duda de la importancia de la palabra escrita en la cultura occidental; y aún más pertinente se vuelve su uso desde el siglo XIX en adelante. Pero puede observarse una constante que a mi entender recta densidad a algunas conclusiones: la tendencia a no considerar las técnicas de transformación territorial con similar profundidad cultural que las producciones artísticas o literarias.

Para la comprensión del tema paisaje, sin embargo, técnica y producción distan de ser actividades lineales y aparecen desde muy temprano imbricadas con otras consideraciones. Doy ejemplos. En De re rustica de Varrón (37 DC), un discurso técnico-instruccional, la forma del paisaje agrario aparece condicionada definidamente por la venustas; las Geórgicas de Virgilio, que sirvieron de modelo al jardín italiano, constituyen también un tratado de agricultura; cuando Alberti, en su De re Aedificatoria, habla de la casa de campo, promueve la sensibilidad "libre" que caracterizará, como dato excluyente, al pintoresco inglés.

Hasta aquí, se trata de textos escritos. Pero sabemos que la forma de los parques de Le Notre se anclaba en aspectos técnicos y estéticos, prácticamente inescindibles; que ya en el setecientos esta forma era identificada en el mundo británico como el seco producto del absolutismo francés, cargará entonces de valores morales y políticos; que este movimiento se encuentran el corazón del mundo ilustrado, que otorgaba primacía al ambiente, permitiendo el tránsito a la sensibilidad, también "ambiental", de los románticos. El largo camino de sus esquemas formales que, materializados, se aprehendían en el recorrido por el jardín (en el caso italiano, cargado de valores iniciáticos) o en un golpe de vista (en el caso francés, que introduce las perspectivas "infinitas" que serán después probadas en la ciudad), es apenas considerado como un esquema simbólico (pero no práctico, educativo, y estético-específico) en la mayoría de los trabajos de historia cultural. Pero el lenguaje de las formas construidas posee una densidad cultural autónoma equivalente al de la literatura:

Williams y Marx conocían en cambio muy bien una tradición que corre paralela a los estudios culturales: la de la historia del arte. Aunque la historia del arte aparece anclado en la pintura, y desdeña las complicaciones que la arquitectura colocaría en sus categorías, constituye un cambio fundamental en el abordaje de las representaciones. En el camino que recorre desde Warburg hasta Gombrich, con sus tan distintas modalidades, se habían elaborado ya instrumentos para pensar la articulación entre las representaciones plásticas y otros universos significativos. La mayor parte de estas contribuciones se destaca en el análisis de un mundo que ha aparentemente concluido: el largo ciclo del clasicismo. Pero muchas cuestiones formuladas en función de este material resultan esenciales para comprender el tema que nos ocupa. Me interesa señalar los núcleos de articulación concretos entre registros diversos que estos estudios históricos despejaron, permitiendo escapar de los ambiguos postulados del espíritu de época en que fácilmente pueden caer los estudios culturales.

Tomemos un ejemplo que enfoca la articulación específica entre los discursos orales y escritos y las prácticas no discursivas: la cuestión de la retórica, puesta de relieve en la década del cincuenta desde la historia de las artes figurativas. El tratado de pintura de Alberti, así como su tratado de arquitectura, estaban armados estructuralmente en estrecha relación con él Orator de Cicerón. La puesta en relieve de esta constatación pero radicalmente la dirección de las investigaciones hacia los años cincuenta. En primer lugar, porque las actividades englobadas luego como bellas artes aparecían fuertemente tramadas como una técnica de la oralidad en los inicios de estas disciplinas. En el caso de la arquitectura en particular, resultaban en efecto artes hermanas con la retórica, ya que así como la palabra se completaba en el momento de su dimisión con el efecto sobre el público-y por lo tanto usos, costumbres y psicología resultaban aspectos centrales de los tratados-, la arquitectura trabajaba también indisolublemente ligada a estas consideraciones. El "proyecto" se identificaba así con el plan del discurso; la construcción con el momento de emisión en sus determinaciones concretas. La puesta en valor de esta relación desplazaba otras interpretaciones corrientes en la década del cincuenta, como la aún utilizada que otorga al primer humanismo valencias neoplatónicas y pitagóricas que habrían llevado, como pago espíritus de época, a la abstracción moderna en la interpretación y construcción del mundo. Por el contrario, la fundación de las disciplinas que hoy podemos agrupar genéricamente como transformadoras del hábitat humano (agricultura, ingeniería, arquitectura), con sus normas precisas, se inician en su autonomía en un mundo en el que la cualidad de las cosas y de los hombres distaba de sumergirse en abstracciones. El trabajo en esta dirección histórica ofrecía una conexión entre el ojo y la palabra que operaba dentro de cada disciplina (también la retórica convocaba a cada paso al ojo en la metáfora-literalmente "bajo los ojos"-) en lugar de conexiones no probadas entre lejanas provincias del conocimiento.

La identificación de un lenguaje diferenciado en el mundo natural se afina, también bajo los dictados de una trata artística guiada por la retórica, en la construcción de jardines. Es en el quinientos cuando se diversifican los motivos de la naturaleza con significados precisos. Más radicalmente quien arquitectura, que trabajaba con piedras inertes, más vívidamente quien pintura o poesía, el constructor de jardines hacía uso de los lugares comunes clásicos para ordenar el espacio, apoyándose en indicios arqueológicos y en invenciones actuales. La forma del los jardines combinaba meditadamente la asimetría y la topiaria con la "naturalidad" del bosque apenas arquitecturizado, en donde surgían fuentes con música pero también monstruos amorfos. En el jardín del quinientos se hayan in nuce las distintas maneras de operar de acuerdo con la idea rectora de mimesis la que produce las claves armónicas no visibles del mundo, pero también la que imita la forma desordenada de la apariencia natural. Aunque en el terreno artístico la idea de mimesis decayó en el siglo XIX junto con la retórica, los investigadores, indagando nuevamente los alcances del concepto, identificaron la persistencia de esta operación en las actitudes estéticas básicas.

Por último, los historiadores del arte plantearon otro camino que permitía reunir prácticas distintas bajo otro común denominador: el tema de la organización racional de la forma ciertamente, no era la primera vez en que se reconocía el afán de cuantificación del hombre occidental (tema tan caro a la crítica romántica). Pero en la indagación de las modalidades de construcción en las artes, esta vinculación no se presentaba ya como un ejemplo más de la voluntad comercial: se explicaba en su operación específica. Tomemos un ejemplo, que será fundamental en la literatura cultural de estas últimas décadas: el tema de la perspectiva. Panofsky ya lo había presentado en los años veinte, en su magistral estudio la perspectiva como forma simbólica, en un clima de recuperación vanguardista de otras formas de organización del plano del cuadro(12). La perspectiva, mimesis en el plano de la profundidad, había existido en la antigüedad y también en el bajo medioevo, pero sus parámetros habían sido distintos. Y entre el quinientos y el 1200, aproximadamente, el espacio representado en el plano, pero también el espacio real, pierde su sintaxis para exponerse como una suma escandida, paratáctica, de objetos: en este punto no habría, estrictamente, paisaje. Así la mirada paisajista, acordarán los estudiosos del tema, aparece como una estructura contingente que surge, mueve y resurge en el ciclo mismo de la civilización occidental, en íntima relación con la construcción perspectívica. El tema de la organización racional del espacio físico y del representado llevó rápidamente hacia elaboraciones que excedieron las fronteras de la pintura o el proyecto arquitectónico para abordar representaciones científicas, por ejemplo, las historias de las representaciones cartográficas. La rearticulación de los diversos usos de la representación visiva ha redundado en trabajos fundamentales en historia del arte, como el de Svetlana Alpers(13), y marcó definitivamente las nuevas orientaciones de la geografía.

De estos estudios, que no se reconocen en general dentro del mundo de los estudios culturales pero que han aportado decididamente a su conformación, no se ha percibido, sin embargo, su contribución más importante: la de señalar y describir una formación cultural amplia que da pie a la emergencia de proyectos y productos aparentemente muy diversos entre sí, que a su vez mantienen relaciones cambiantes en la historia. Se difundieron en cambio algunas de sus conclusiones más importantes, como la relación entre el mundo cuantificado y la racionalización del espacio en la perspectiva central, ambos inteligidos como instrumentos claves de la dominación burguesa: este cuadro así resumido prestaba fondo adecuado, "contexto", para ocuparse luego de una producción determinada a la manera tradicional, que "ilustraba" aquel contexto, en cualquier momento de los siglos sucesivos sin advertirlo, a través de la reducción a clisé de las contribuciones, se volvía a la vieja idea de espíritu de época.

Los ejemplos que he dado pertenecen deliberadamente al mundo del humanismo; en parte porque las principales innovaciones de la historia del arte en la herencia de Warburg trabajan en este período. Pero también porque me permite señalar otros problemas característicos de los estudios del paisaje relativos a la periodización. En cada registro de la historia, el investigador sitúa su objeto, provisoriamente, en el marco de períodos más abarcantes que supone un cierto universo común de prácticas y representaciones. En este sentido, se acostumbra situar la emergencia de la mirada paisajística en estrecha relación con él romanticismo en el arte del siglo XIX. Pero esto es sólo porque asumimos que: 1) todas las manifestaciones de la representación del mundo se desarrollan en forma simultánea; 2) que entonces cualquier manifestación artística que abordemos responderá a las mismas solicitaciones y será por lo tanto representativa de la mentalidad; 3) que resulta indistinto, en última instancia, el lugar del mundo que enfoquemos.

En el tema del paisaje, tales convicciones profundas salen a la luz aun cuando se manifieste la creencia contraria. Así, si las fuentes secundarias que nos apoyan en el camino provienen del mundo francés, hallaremos que la herencia cartesiana en la reproducción resulta central; que el siglo XIX parece continuar sin grandes escollos, potenciando las, las prácticas utilitarias y mecánicas de la ingeniería y la jardinería del siglo XVIII; que la sensibilidad paisajística aparece hermanando a Rousseau con los arquitectos revolucionarios, pero que es en el realismo de la gran creación decimonónica, la novela, en donde se despliega con mayor densidad esta perspectiva. Gusdorf señaló diferencias sustanciales si en cambio trabajamos con testimonios alemanes: la emergencia de una visión de la naturaleza, para plantearlo en términos de Goethe, morfológica y no analítica o cuantitativa; la voluntad de reunir fenómeno y teoría, forma y tiempo, sin "disecar" la vida; el impacto que esta visión, tan diferente al espirit de clarté francés, tuvo en la formación temprana de las disciplinas biológicas. Si la perspectiva es la inglesa, los historiadores retroceden para explicar el nacimiento de esta sensibilidad a los siglos XVII y XVIII: el núcleo de las explicaciones rodear los problemas de la gran ciudad, en relación con el persistente mito de la vida rural, que estaba siendo drásticamente transformada. Por fuera de estos datos estructurales, también queda en evidencia en el estudio minucioso del mundo inglés el papel determinante de una serie de transformaciones menos categóricas: el paso desde la preceptiva al "gusto Sierra comillas, la temprana búsqueda en un mundo culturalmente periférico de caracteres nacionales a través de la percepción y transformación del territorio, el papel de los viajes iniciáticos, de las colecciones, de la pintura topográfica, la interpretación libre de la lectura de las normas heredadas del continente, etc. pero, ¿acaso los ingleses no poseían como maestros inmediatos a los holandeses, tanto en la forma de cultivar rosas, en lo que propiamente podemos llamar a uno y género paisajístico (landskip)? El seiscientos holandés no es un periodo de formación para estos temas, sino su expresión ya consolidada. Fragmentos de paisajes que parecen continuarse por fuera de la lisa superficie del cuadro, el aplanamiento de la profundidad debido al medio utilizado (la cámara oscura, por lo tanto del encuadre fotográfico), la incorporación de "accidentes" y él consecuente descarte de la composición cerrada, los usos "publicitarios" de la pintura(14).

En esta trama en la que resulta difícil aislar ya en una ciudad o en un país la contribución determinante, se prepara el salto aparentemente inmenso de una forma de trabajar sobre el territorio gobernada por la perspectiva-por la geometría y por la arquitectura, garantías del orden íntimo del mundo-a otra en que gobierna la mimesis de la pura y desordenada apariencia; en que la forma distinta se disuelve, en que la mano del hombre se encubre. Queda claro que si hubiéramos tomado como momentos de ruptura para señalar la irrupción de la mentalidad contemporánea los indicados tradicionalmente por los historiadores de las ideas (Descartes en el siglo XVII) o por la historia política (el siglo XVIII) o por la historia literaria (el romanticismo decimonónico), y desde allí hubiéramos tratado de deducir la historia de la mirada paisajística, buena parte de las innovaciones se nos hubieran pasado por alto, identificando las en periodos tardíos. El horizonte en que debe inscribirse el estudio del paisaje como figura cultural es necesariamente más amplio, por la inercia de algunos productos o proyectos que resultan sustanciales para su comprensión.

Revisemos teniendo en cuenta este horizonte las líneas de trabajo difundidas en los últimos años. Podría decirse que en los Estados Unidos el centro difusor en lo que respecta a Latinoamérica de la temática paisajística, la producción más extendida adquirido hoy la forma ensayo. El ensayo permite, por cierto, grandes síntesis provocadoras que textos más minuciosos no permitirían; la misma amplitud de temas, períodos, problemas que se entrelazan en el paisaje alienta este acercamiento. El género, además, parece mimar en su forma la descomposición de la unidad en la vida moderna mientras mantiene la voluntad (también moderna) de reunificación. Pero este género da lugar a una inflexión característica del mercado editorial actual: lo que más que ensayo debiera llamarse formato periodístico. Un ejemplo glamoroso lo constituye Landscape and memory, de Simon Schama: libro sin duda informado, pero suma de lugares comunes de la tradición paisajística, ninguno de los cuales innova en hipótesis o material de investigación(15). Resulta interesante comparar este ensayo con otro ejemplo, también muy difundido, pero que a mi juicio representa su exacto contrario: el Danubio de Claudio Magris(16). Se trata aquí también de un "viaje sentimental", que interroga identidades en los signos del paisaje, renueva metáforas del tiempo, entrecruza, biografías y acontecimientos con ciudades, himnos y flores. Lo que distingue a El Danubio del libro de Schama es la unidad clara de la pregunta (Europa), la elección de un lugar para buscar respuestas-Mineleuropa, melancólicamente evocada y elegida en contraste con la contundencia de otras Europas (Alemania y Francia), en virtud de la diversidad-, y, en consecuencia, la persecución del débil sonido que una ausencia deja. En contraste, en el libro de Schama la memoria es una colección seductora, pero parecida a un museo actual con su variedad de souvenirs. Páginas satinadas de hermosas fotografías se suceden al compás de palabras míticas.

Ambos trabajos no pueden inscribirse como por distintas razones, en la producción académica, pero estos libros indican climas culturales diversos sobre los que se recortan las investigaciones específicas. Señalándonos caminos divergentes: el que aborda las diferencias (de registro, de disciplina, de forma escrita) como un problema, y el que las ignora patinando sobre la brillante superficie del papel. "Viajar", como Schama, por el mundo globalizado, recordando cada paso en datos disponibles, a partir de un yo construido para naturalizar los datos, reproduce en todo caso el aluvión informativo indiscriminado de la actual sociedad occidental. El ensayo de Schama, que habla de la circulación cultural de motivos relacionados con el paisaje en este fin de siglo (el viaje, la naturaleza, la memoria, etc.), otorga el fondo adecuado para comprender los escritos académicos norteamericanos en su vertiente hegemónica. Me refiero a la impostación teórica de aquella literatura radical que resultó tan vivificante a principios de los setenta. Veremos por qué relaciono producciones aparentemente tan disímiles.

El tema del paisaje, en este marco, ha sido enfocado con mayor frecuencia dentro de la inflexión de los llamados estudios poscoloniales, que se convirtieron en áreas de condensación que subsumieron objetos diversos. Definido ya de antemano la historia más clásica el carácter de construcción de la mirada paisajística como el tema parecía ideal para pensar la variedad de representaciones occidentales sobre aquellos nuevos espacios "descubiertos" o sobre otros territorios siempre presentes en la cultura europea, pero aún así extraños. En la expansión colonial y luego imperialista como el hombre europeo se enfrentó con mundos radicalmente diferentes-especialmente en el caso de América-y tuvo que acomodar esta experiencia a códigos ya consagrados mientras estos también eran corroídos por ellas. La desmesura de todo un continente nuevo, desigualmente habitado, coloca a la naturaleza en primer plano: la clave con que América se identificara pasa por sus paisajes, que incluyen animales y hombres. (De más está decir que esta clave permanece aún en nuestros días en una característica "inversión positiva" ecológica.) Una amplísima gama de representaciones (geográficas, antropológicas, pictóricas, decorativas, ficcionales) testimonia el esfuerzo por el conocimiento y el dominio, en sentido amplio, de esta realidad. Tal cantera histórica fue aprovechada en las disciplinas más variadas; en particular, ciertas áreas de estudios lingüísticos se apoyaron en la investigación de estas inéditas experiencias para pensar cómo se puede decir lo distinto e inesperado.

Veinte años después, las promesas del nuevo enfoque parecen haberse agotado. A mi entender, esto se debe a una doble reducción que se operó en los estudios culturales y que afecta directamente al tema del paisaje. La primera radica en que los estudios se desplazaron de una fuerte inflexión histórica al privilegio de preguntas y métodos acuñados en sede filosófica; la segunda radica en la subsunción de las diversas lógicas de la representación en los mecanismos del texto escrito, en particular literario.

Cuando el paisaje comienza a interesar en las perspectivas de estudios "poscoloniales", los temas básicos que después se despliegan ya habían sido puestos de relieve en las historias particulares. La historia cultural también había trabajado en la articulación de esferas diversas, y las fuentes literarias habían servido como pilar central, pero en un movimiento de apertura hacia otras disciplinas y técnicas. Por otro lado, textos de importancia clave para comprender la relación entre el hombre y la naturaleza, o las representaciones y las cosas existentes, ya habían conmovido por caminos oblicuos la cultura histórica en el momento en que la academia norteamericana los "descubre".

Si estudiamos más atentamente el aparato crítico habitual en los estudios poscoloniales, emergen una serie de referentes no siempre fácilmente articulables entre sí: Gramsci y Benjamin, Fanon y Foucault, etc. Con mayor atención, vemos que estos nombres comparecen no para ofrecer líneas activas de investigación sino citas que parecen apoyar desde su autoridad "de izquierda" no tradicional el sentido del texto. Un primer acercamiento con las modalidades periodísticas que identificado a través del ejemplo de Schama.

Antes de pensar el impacto en los Estados Unidos de estos nombres ilustres, conviene recordar que su recepción es allí tardía (tardía en relación no sólo con la sede privilegiada, Europa, sino, por ejemplo, con la Argentina). Por caminos oblicuos, muchas contribuciones como la de Foucault habían causado un impacto notable en los estudios de las transformaciones territoriales, dentro de las cuales el tema del paisaje puede considerarse. En Francia, por ejemplo, se identificó la manera en que los procedimientos de la ingeniería local formalizaban el territorio de manera independiente a los cambios industriales, llevando a discutir la historia canónica, que concentraba el cambio radical en la "revolución industrial" inglesa, es decir, en la revolución en los medios de producción materiales. Medios de representación del mundo derivados en prácticas concretas y en instituciones durables se convirtieron así en máquinas tan importantes como el reloj o la tejedora. Materias como la higiene-y por lo tanto el papel del mundo orgánico en la reformulación territorial-o la medicina-en su papel de diseñadora activa de formas construidas-adquirieron un estatus propio. El paisaje en estos términos (ya no sólo representación pictórica o mundo natural) se reveló como una síntesis particular de prácticas diversas.

La otra contribución relevante aparece en relación directa con las nuevas y más sofisticadas lecturas de Heidegger de posguerra (Construir Habitar Pensar; La pregunta por la técnica; La época de la representación del mundo) apuntaban parcialmente hacia el ámbito más general en el que el tema del paisaje puede inscribirse como es decir, las relaciones entre el hombre y el mundo físico en que vive. Heidegger se había preguntado por el habitar, en la línea clara que reúne al Goethe revisitado de principios del XX con Spengler: la recuperación de la unidad entre forma y vida. Los textos ambiguos de Heidegger fueron leídos desde las más diversas perspectivas, muchas de las cuales se articularán con nuevas propuestas urbanas o con la sensibilidad ecologista ya en alza en la segunda posguerra; pero la que me interesa señalar aquí se separa de estas visiones para reinstalarse, a través del llamado posestructuralismo francés, en una trama ecléctica que podía cruzar esta vertiente con la adorniana (vía nueva izquierda alemana) o con nuevas lecturas de la herencia de entreguerras (Benjamin, Kraus, Bloch, etc.). El impacto para los temas de historia de la arquitectura y del territorio fue especialmente productivo en Italia en la década del setenta(17).

Heidegger entre los Estados Unidos de la mano de Derrida, en sede literaria. La estela de Heidegger-Derrida hace hincapié en la palabra como momento central de la representación, garantía de la Identidad. Ya en Europa el camino de la deconstrucción-o el clima en que este camino adquiere relevancia, que incluye la reemergencia de la crítica negativa-había producido una fuerte desconfianza sobre las vastas construcciones históricas que enlazaban las construcciones materiales del mundo (las historias canónicas del "Movimiento moderno" en las ciencias del hábitat, o la propia representación del saber geográfico). Pero los aportes de mayor interés se movían en un terreno muy libre con respecto a las sugerencias de la filosofía, de manera que pueden hallarse trabajos como el de Dennis Cosgrove en geografía, que desarma las pretensiones de las ciencias sin recurrir en absoluto a instrumentos posestructuralistas, o de Farinelli en Italia, que combina libremente, en el tema del paisaje, los temas puestos en circulación por otras tendencias-como el tan difundido del espacio público-. En todos los casos, el problema planteado por estos autores era histórico, y no filosófico.

Un ejemplo claro de las diferentes maneras de abordar lo que la filosofía tenía por decir puede hallarse en la pretensión de reducir, siguiendo vagamente a Derrida, todo discurso escrito a género literario. Pero si en el caso de Derrida el trabajo oblicuo sobre la escritura pretende llevar adelante una crítica a la metafísica (y un desenmascaramiento del logocentrismo occidental), en el caso de las historias culturales esto puede ser en todo caso un horizonte vago, pero dista de resolver problemas históricos concretos: por el contrario, la particularidad comienza a tener sabor de mero accidente. Así como no sólo los discursos escritos son desarmados homologándolos, sin importar que se trate de un discurso lógico, científico, político o literario. Las pretensiones ingenuas de racionalidad absoluta de cualquier género ya estaban lo suficientemente puestas en duda cuando la academia norteamericana recibe estas sugerencias y se prepara para casarlas con la crítica al dominio imperialista, o, más en general, al dominio de occidente a través de la razón y la cuantificación. Pero la historia no se trata de grandes enunciados previos: cruzar los textos descriptivos de viajeros con los tratados de ciencias naturales y las estrategias militares puede ser altamente productivo siempre y cuando no se los homogeneice a través de presupuestos que sin duda se van a probar, ya que son tan generales como el mismo concepto de dominación. En este punto, nada los separa de la modalidad de ensayo periodístico, sólo la cita a nombres prestigiosos en lugar del apoyo en una narración naturalista.

En los temas relacionados con el paisaje (la arquitectura, la cartografía, los viajes, la antropología, las ciencias naturales) el resultado de la aplicación indiscriminada de los instrumentos lingüístico-filosóficos en la escolástica desiertos centros norteamericanos ha sido devastador. No ha proporcionado ningún resultado que avanzara sobre lo que, sin pretensiones de profundidad filosófica, pero con gran rigor teórico específico, la primera generación de estudios culturales aportó, y las más tradicionales historias disciplinares europeas (historia del arte, de la arquitectura, de las disciplinas técnicas) habían reconocido varias décadas atrás. Algunos ejemplos: la identificación de la marca retórica en las disciplinas artísticas; la necesidad sugerida en los textos de Heidegger de retomar el mundo clásico que parecía absolutamente abandonado para comprender la persistencia de ciertos motivos, de ciertas actitudes; la atención a las prácticas mudas cuya razón parece sólo basarse en la eficiencia, como la ingeniería.

El logro principal no fue en términos historiográficos, sino en términos académicos: la posibilidad de la crítica literaria de resituarse en este campo, avanzando libremente sobre otros campos del saber, en virtud de la preeminencia de la palabra escrita y la no diferenciación de géneros. Así, las formaciones no discursivas se sometieron también a las mismas lógicas que se desmontaban en el texto escrito. La cartografía se confundió con la ingeniería y ésta con la arquitectura; el dominio sobre la naturaleza se homologó con la aniquilación indígena; y lo que no era palabra escrita, sometida a la violencia de este arsenal crítico, se disolvió en una serie de postulados banales que por cierto no recogían ninguna ambigüedad. En este registro, el paisaje pasó a ser sencillamente un invento burgués como el piano.

En la Argentina nos encontramos en una situación particular que permite pensar desde el observatorio distinto la última inflexión de los estudios culturales. En principio, quienes trabajamos en este registro con temas como el paisaje, la ciudad, y las historias locales de ciertas disciplinas científicas o técnicas vinculadas con los temas de transformación territorial-temas que emergen aquí desde principios de los ochenta-no nos movemos en un campo consolidado, con múltiples contribuciones, sino en un espacio débil armado por una constelación de trabajos individuales. En la Argentina, el centro de la historia continuó siendo, a pesar de los cambios de los años sesenta, la historia política, que se vio reforzada por solicitaciones del presente desde el ocaso de la dictadura militar. Y, sin duda, la literatura constituyo siempre una referencia ineludible en este país eminentemente letrado. Así, uno se halla ubicado en una especie de doble polémica: la que enfrenta a los historiadores culturales de estos temas con los coronó grafos o con los panegiristas que detentan el poder en las historias "menores" (ya se trate de medicina, de antropología o de arquitectura), y la que los enfrenta a las "novedosas" posiciones deudoras de la crítica literaria conformada en sede norteamericana. Finalmente, los interlocutores resultan ser, además del puñado de interesados en esta especificidad, sólo aquellos que se han formado en la historia política siempre activa un los estudios de historia de la literatura con tradición propia (debe recordarse que Williams, apenas reconocido entonces en los Estados Unidos, revolucionó desde la década del setenta los modos locales de pensar la articulación entre literatura y sociedad). En este campo pobre, pero cuya ubicación periférica le ha permitido una libre selección, la irrupción de textos que parecen haber descubierto anteayer la relación entre literatura, paisaje y razón occidental sugieren lo contrario de lo que los presupuestos ideológicos de la crítica radical norteamericana pretende denunciar, esto es, la dominación. Resulta más bien la vuelta de tuerca sofisticada de una triple dominación: la dominación de la escritura sobre las cosas (en una textualización que reduce todo lo distinto de sí, colonizándolo), la dominación de la academia (que absorbió el punto de vista radical para convertirla en mercancía de papers) y, en fin, la dominación que supuestamente está en el fondo del juicio, el imperialismo ya sin fronteras de la última potencia global.

La voz del paisaje difícilmente se escuche si la diferencia se licua de tal modo en clisés ideológicos, pretendiendo salvarla. Borrando por completo el límite que supone tratar con algo que no es pura construcción humana, y mucho menos pura construcción discursiva, el tema pierde su interés particular, ya que éste radica en la trama histórica que ensambla diversas formas no siempre acordes, que reúne cosas y palabras en una representación del habitar. Puede servirnos como metáfora explicativa la misma representación del paisaje clásico, que trabaja dentro de sus límites técnicos de representación, a través del vehículo de la mimesis naturalista, pero cuya secreta seducción radica en que señalan más allá. Así lo expresaba Rilke:

Nadie todavía ha pintado paisaje que sea tan completamente paisaje y por lo tanto confesión y mirada personal como esta profundidad que se abre detrás de Mona Lisa. Como si todo lo que es humano estuviera contenido en su imagen infinitamente silenciosa, como si todo el resto, todo lo que está por delante del hombre y que lo sobrepasa, estuviera contenido en estas relaciones misteriosas de montañas, de árboles, de puentes, de cielo y de agua. Este paisaje no es la imagen de una impresión, no es la opinión de un hombre sobre cosas inmóviles, es naturaleza por venir, un mundo en gestación, tan ajeno al hombre como un bosque desconocido sobre una isla desierta.

En un reportaje reciente, el cineasta Aleksandr Sokurov recuerda cómo constató la escena real que representaban los cuadros de Kaspar Friederich no había cambiado después de doscientos años:

Era bastante desesperante, la naturaleza es indiferente al hombre. Somos siempre solitarios en nuestra relación con la naturaleza. Es una relación sin el otro, un amor en sentido único. Es el origen mismo del sentimiento trágico.

Por cierto, el tema del paisaje puede ser abordado, como cualquier otro, haciendo pie en una sola de sus múltiples sugerencias. Lo que es imposible cancelar es el horizonte complejo sobre el cual cada una de ellas se recorta y halla en gran medida su sentido. La Gioconda es un retrato y por ello la figura se recorta en primer plano; pero sabemos que en su fondo está también la clave de su ambigua seducción. En el tema del paisaje, la permanente alusión a algo existente que no se disuelve en la representación es un dato constitutivo del concepto; enfrentarse con esto es tan importante como para la Gioconda su inquietante fondo.

1 G. Simmel, “Filosofía del paisaje” en El individuo y la libertad. Ensayos de crítica de la cultura, Barcelona, Península. 1986.

2 R. Chartier, “Historia intelectual e historia de las mentalidades. Trayectorias y preguntas”, en El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa. 1922.

3 W.H. Auden, “Mountains” líneas 23 – 25 Bucolics. La cita no es un hallazgo personal. Encabeza el excelente libro de Chris Fitter, Poetry, space, landscape. Toward a new theory (Cambridge University, 1995), resumiendo la pregunta que hila las preocupaciones del texto.

4 La metáfora fue utilizada por G. Duby en L’Economie rurale et la vie des campagnes dans l’Occident ,edieval, París, Montaigne, 1962.

5 F. Braudel, El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, México, FCE, 1953.

6 Aún considero adecuada, en función de estas criticas, la versión de Hannah Arendt sobre los objetos útiles, productos del trabajo y no de la labor destinada al consumo, que teifican el pensamiento humano y conjuran el paso del tiempo. Arendt trabajó fundamentalmente sobre el mundo griego para proponer estas conclusiones; sin embargo, la modernidad ha retomado una y otra vez el ancla del arte, perdida su confianza en la religión, para estabilizar el tiempo cíclico del mundo. Con este aura difícilmente pueda subsumirse los trabajos artísticos en un mero proceso.

7 Cf. Fitter, op. Cit.

8 E. Sereni. Storia del paesaggio agrario italiano. Bari, Laterza, 1993, p. 25.

9 Ibid. P. 25

10 R. Williams, The country and the city, Londres, Palladin, 1973.

11 Leo Marx, The machine in the garden (1964), trad. Castellana La máquina en el jardín. Tecnología y vida campestre, México, Editores reunidos, 1974

12 E. Panoksky, La perspectiva como forma simbólica (1972), Barcelona, 1968.

13 S. Alpers, Arte del descrivere, Scienza e pittura nel Seicento olandese, Turín, Boringhieri, 1984.

14 Vasari afirmaba en 1548: "no hay casa de un zapatero remendón (italiano) sin un paisaje alemán". A mediados del XVI, entonces, la pintura ya operaba como publicidad, y no sólo en el mundo burgués dutch.

15 S. Schama, Landscape and memory, Londres, HarperCollins Publishers, 1995.

16 C. Magris, Danubio, Milán, Garzanti, 1986, trad. Castellana: el Danubio, Barcelona, Anagrama, 1988.

17 Me refiero a la escuela de Venecia, entre cuyos nombres más destacados se encuentran Tafuri, Cacciari, Teyssot o Rella. Todos ellos, desde enfoques distintos (historia de la arquitectura, estética o literatura) se manifestaron a la vez abiertos a la ecléctica amplitud de las nuevas manifestaciones "de izquierda" como reacios a aceptar linealmente sus conclusiones. El aporte para la cultura del habitar en general es sin duda el más destacado en la segunda mitad de este.