miércoles, 20 de mayo de 2009

Urbano

La ciudad, en sí misma, hay que confesarlo, es fea. su aspecto es tranquilo y se necesita cierto tiempo para percibir lo que la hace diferente de las otras ciudades comerciales de cualquier latitud. ¿Cómo sugerir, por ejemplo, una ciudad sin palomas, sin árboles y sin jardines, donde no puede haber aleteos ni susurros de hojas, un lugar neutro, en una palabra? El cambio de las estaciones sólo se puede notar en el cielo. La primavera se anuncia únicamente por la calidad del aire o por los cestos de flores que traen a vender los muchachos de los alrededores; una primavera que venden en los mercados. Durante el verano el sol abrasa las casas resecas y cubre los muros con una ceniza gris; se llega a no poder vivir más que a la sombra de las persianas cerradas. En otoño, en cambio, un diluvio de barro. Los días buenos sólo llegan en el invierno. 

El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. En nuestra ciudad, por efecto del clima, todo ello se hace igual, con el mismo aire frenético y ausente. Es decir, que se aburre uno y se dedica a adquirir hábitos. Nuestros conciudadanos trabajan mucho, pero siempre para enriquecerse. Se interesan sobre todo por el comercio, y se ocupan principalmente, según propia expresión, de hacer negocios. Naturalmente, también les gustan las expansiones simples: las mujeres, el cine y los baños de mar. Pero, muy sensatamente, reservan los placeres para el sábado después de mediodía y el domingo, procurando los otros días de la semana hacer mucho dinero. Por las tardes, cuando dejan sus despachos, se reúnen a una hora fija en los cafés, se pasean por un determinado bulevar o se asoman al balcón. Los deseos de la gente joven son violentos y breves, mientras que los vicios de los mayores no exceden de las francachelas, los banquetes de camaradería y los círculos donde se juega fuerte al azar de las cartas. 

Se dirá, sin duda, que nada de esto es particular de nuestra ciudad y que, en suma, todos nuestros contemporáneos son así. Sin duda, nada es más natural hoy día que ver a las gentes trabajar de la mañana a la noche y en seguida elegir, entre el café, el juego y la charla, el modo de perder el tiempo que les queda por vivir. Pero hay ciudades y países donde las gentes tienen, de cuando en cuando, la sospecha de que existe otra cosa. En general, esto no hace cambiar sus vidas, pero al menos han tenido la sospecha y eso es su ganancia. Oran, por el contrario, es en apariencia una ciudad sin ninguna sospecha, es decir, una ciudad enteramente moderna. Por lo tanto, no es necesario especificar la manera de amar que se estila. los hombres y mujeres o bien se devoran rápidamente en eso que se llama el acto del amor, o bien se crean el compromiso de una larga costumbre a dúo. Entre estos dos extremos no hay término medio. Eso tampoco es original. En Oran, como en otras partes, por falta de tiempo y de reflexión, se ve uno obligado a amar sin darse cuenta. 

Lo más original en nuestra ciudad es la dificultad que puede uno encontrar para morir. Dificultad, por otra parte, no es la palabra justa, sería mejor decir, incomodidad. Nunca es agradable estar enfermo, pero hay ciudades y países que nos sostienen en la enfermedad, países en los que, en cierto modo, puede uno confiarse. Un enfermo necesita alrededor blandura, necesita apoyarse en algo; eso es natural. Pero en Oran los extremos del clima, la importancia de los negocios, la insignificancia de lo circundante, la brevedad del crepúsculo y la calidad de los placeres, todo exige buena salud. Un enfermo necesita soledad. Imagínese entonces  al que está en trance de morir como cogido en una trampa, rodeado por cientos de paredes crepitantes de calor, en el mismo momento en que toda una población, al teléfono o en los cafés, habla de letras de cambio, de conocimientos, de descuentos. Se comprenderá fácilmente lo que puede haber de incómodo en la muerte, hasta en la muerte moderna, cuando sobreviene así en un lugar seco.

Estas pocas indicaciones dan probablemente una idea suficiente de nuestra ciudad. Por lo demás, no hay por qué exagerar. Lo que es preciso subrayar es el aspecto frívolo de la población y de la vida. Pero se pasan los días fácilmente en cuanto se adquieren hábitos, y puesto que nuestra ciudad favorece justamente los hábitos, puede decirse que todo va bien. Desde este punto de vista, la vida, en verdad, no es muy apasionante. Pero, al menos aquí no se conoce el desorden. Y nuestra población, franca, simpática y activa, ha provocado siempre en el viajero una razonable estimación. Esta ciudad, sin nada pintoresco, sin vegetación y sin alma acaba por servir de reposo y al fin se adormece uno en ella. Pero es justo añadir que ha sido injertada en un paisaje sin igual, en medio de una meseta desnuda, rodeada de colinas luminosas, ante una bahía de trazo perfecto. Se puede lamentar únicamente que haya sido construida de espaldas a esta bahía y que al salir sea imposible divisar el mar sin ir expresamente a buscarlo.

Albert Camus 
La peste (1947)

martes, 19 de mayo de 2009

Ejercicio final - Signos del Paisaje de Medellín


Aprendizaje mínimo 
Paisaje es un significado, que depende de un conjunto determinado de signos. Estos signos los determina la experiencia perceptiva e interpretante de alguien: nosotros mismos, el geógrafo, el antropólogo, el relator del viaje, el jardinero, el pintor, el fotógrafo, ¿el arquitecto?; y  se expresa culturalmente según las capacidades y competencias lingüísticas, representativas, reproductivas y-o productivas (poéticas) de estos.   

miércoles, 13 de mayo de 2009

Geografia del paisaje

Carl O. Sauer

Conocimiento de la variante expresión de las diferentes partes de la superficie de la tierra…

… No es ciencia general de la tierra

… presupone las propiedades y procesos generales de la tierra, o los acepta de otras ciencias

… está orientada hacia la variante expresión de las áreas

… preferencia por el conocimiento sintético del área

Afirmamos el lugar de una ciencia que encuentra su campo entero en el paisaje, sobre la base de la realidad significante de relación corológica.

Sumario del objetivo de la geografía. – La tarea de la geografía se concibe como la de establecer un sistema crítico que abarque la fenomenología del paisaje, con el propósito de aprehender en todo sus significados y color la variedad de la escena terrestre.

… precaver contra la consideración de  la tierra como ‘el escenario en el que se despliega a sí misma la actividad del hombre, sin reflejar que este escenario está vivo en sí mismo’.[1]

 

[1] Vidal de la Blache  Principes de géographie humaine, p. 6 (1922).

viernes, 1 de mayo de 2009

Idea del Trópico (5)

... arriba

Claude Levi-Strauss
Tristes Trópicos (1955)
Capitulo 9
GUANABARA

A lo lejos, la ciudad cambia tanto como hacia arriba... en la cuesta del Corcovado... se llegaba por medio de un funicular sencillamente construido en medio de las piedras; parecía un poco garaje, un poco refugio de alta montaña, con puestos de mando a cargo de servidores atentos: una especie de Luna-Park. Todo eso para alcanzar, en lo alto de la colina y luego de haberme elevado a lo largo de los terrenos baldíos abandonados y rocosos que a menudo se acercan a la vertical, una pequeña residencia del período imperial, casa terrea, o sea de una sola planta, decorada con estucos y retocada con ocre, donde se comía en una plataforma transformada en terraza, por encima de una mezcla incoherente de obras de hormigón, casuchas y conglomerado urbano. Y al fondo, en lugar de las chimeneas de fábrica que uno esperaba ver como límite de ese paisaje heterogéneo, un mar tropical, satinado y brillante, coronado por un claro de luna monstruoso.

Idea del Trópico (4)

... topografía... social

Claude Levi-Strauss
Tristes Trópicos (1955)
Capitulo 9
GUANABARA

Rio de Janeiro no está construida como una ciudad común. Se estableció al principio en la zona llana y pantanosa que bordea la bahía, para después introducirse entre los morros abruptos que la aprietan por todas partes, como los dedos en un guante demasiado estrecho. Tentáculos urbanos, a veces de veinte o treinta kilómetros, se deslizan al pie de formaciones graníticas cuya pendiente es tan áspera que ninguna vegetación puede adherírsele; a veces, sin embargo, sobre una terraza aislada o en un cañadón profundo, se ha instalado un islote de selva, tanto más verdaderamente virgen cuanto que el lugar es inaccesible a pesar de su proximidad; desde el avión nos parece que rozamos las ramas en esos corredores frescos y sombríos donde planeamos entre tapicerías suntuosas antes de aterrizar a sus pies. Esta ciudad, tan pródiga en colinas, trata a éstas con un desprecio que, en parte, se explica por la falta de agua en las cimas. Rio de Janeiro es, en este aspecto, lo contrario de Chittagong, en el golfo de Bengala: en una llanura pantanosa, pequeños mogotes cónicos de arcilla anaranjada, luciente bajo la hierba verde, sostienen bungalows solitarios —fortalezas de los ricos que se protegen del calor agobiante y de la piojería de los bajos fondos—. En Rio de Janeiro es al revés: esos casquetes globulosos, donde el granito parece hierro fundido, reflejan tan violentamente el calor que la brisa que circula en el fondo de los desfiladeros no puede ascender a las alturas. Quizás el urbanismo haya resuelto hoy el problema, pero en 1935, en Rio, el lugar que cada uno ocupaba en la jerarquía social se medía con el altímetro: tanto más bajo cuanto más alto era el domicilio. Los míseros vivían asentados en los morros, en las favelas, donde una población de negros cubiertos de andrajos desteñidos inventaba en la guitarra esas melodías avispadas que en los días de Carnaval bajan de las alturas e invaden el centro de la capital junto con ellos.

Idea del Trópico (3)

... barrios

Claude Levi-Strauss
Tristes Trópicos (1955)
Capitulo 9
GUANABARA

Estas diferencias ya se advierten en el seno de una ciudad. Los barrios, como plantas que alcanzan la floración en su estación propia, llevan la marca de los siglos en los que crecieron, florecieron y declinaron. En ese cantero de vegetación urbana hay concomitancias y sucesiones. En París, el Marais estaba en cierne en el siglo XVIII y actualmente el moho lo corroe; especie más tardía, el 9.° arrondissement florecía bajo el Segundo Imperio, pero hoy sus mansiones marchitas son ocupadas por una fauna de gentes modestas que, como un enjambre, encuentran allí terreno propicio para el ejercicio de humildes formas de actividad. El 7.° arrondissement está congelado en su lujo caduco, como un gran crisantemo que levanta noblemente su cabeza reseca, más allá de lo posible. El 16.° arrondissement era ayer fastuoso; ahora, sus flores brillantes se hunden en una espesura de inmuebles que lo van confundiendo poco a poco con un paisaje de suburbio.

Cuando se comparan entre sí ciudades muy alejadas por la geografía y la historia, esas diferencias de ciclo se complican además con ritmos desiguales. Cuando uno se aleja del centro de Rio de Janeiro —muy al estilo de principios de siglo— se cae en calles tranquilas, largas avenidas bordeadas de palmeras, de mangos y Jacarandas podados, donde se levantan villas anticuadas en medio de jardines. Como me ocurrió más tarde en los barrios residenciales de Calcuta, pienso ahora en Niza o en Biarritz bajo Napoleón III. Los trópicos no son tanto exóticos cuanto pasados de moda. Lo que los caracteriza no es la vegetación, sino menudos detalles de arquitectura, así como la sugestión de un género de vida que, antes que convencernos de haber franqueado inmensos espacios, nos persuade de que hemos retrocedido imperceptiblemente en el tiempo.

Idea del Trópico (2)

... clima

Claude Levi-Strauss
Tristes Trópicos (1955)
Capitulo 9
GUANABARA

Sin duda alguna, estoy al otro lado del Atlántico y del Ecuador, y muy cerca del trópico. Muchas cosas me lo demuestran: este calor tranquilo y húmedo que libera mi cuerpo del habitual peso de la lana y suprime la oposición (que retrospectivamente descubro como una de las constantes de mi civilización) entre la casa y la calle; por otra parte, pronto me enteraría de que la suprime, en efecto, para introducir otra entre el hombre y el matorral, que mis paisajes íntegramente humanizados no incluían; están también las palmeras, las flores nuevas, y en los escaparates de los cafés, montones de nueces de coco verdes que una vez partidas dejan aspirar un agua azucarada con frescor de cueva.

Idea del Trópico (1)

... calle

Claude Levi Strauss
Tristes Trópicos (955)
Capitulo 9
GUANABARA

Heme aquí, por primera vez en mi vida, del otro lado del Ecuador, bajo los trópicos, en el Nuevo Mundo. ¿Cuál es el signo supremo que me hará reconocer esta triple mutación? ¿Cuál es la voz que me dará testimonio de ello? ¿Qué nota jamás escuchada resonará primero en mi oído? Lo primero que noto es algo fútil: estoy en un salón.

Vestido más livianamente que de costumbre y hollando los meandros ondulados de un revestimiento en mosaico blanco y negro, advierto un ambiente particular en esas calles estrechas y umbrosas que cortan la avenida principal; el paso de las moradas a la calzada es menos marcado que en Europa; los comercios, a pesar del lujo de sus fachadas, prolongan la exhibición hasta la calle; casi no se presta atención al hecho de estar dentro o fuera. En verdad, la calle no es tan sólo un lugar por donde se pasa, es un lugar donde uno se queda; viva y apacible al mismo tiempo, más animada y mejor protegida que las nuestras; vuelvo a encontrar el término de comparación que ella me inspira. Pues por el momento, los cambios de hemisferio, de continente y de clima casi no han hecho otra cosa que volver superflua la delgada capa vitrea que en Europa establece artificiosamente condiciones idénticas; en primer lugar, Rio de Janeiro parece reconstituir al aire libre las Gallerie de Milán, la Galerij de Amsterdam, el pasaje de los Panoramas o el hall de la gare Saint-Lazare.